ESPÍRITU

98. ESPÍRITU

LA cuestión es dilucidar si existen o no los espíritus. O hay o no hay. Según se piense en esta cuestión se verán todas las cosas de una u otra forma. Todo cambia conforme sea nuestro criterio respecto a los espíritus. Si uno no cree en el espíritu -porque ha llegado a la conclusión de que sólo son reales los fenómenos tangibles, mensurables y demostrables científicamente- queda automáticamente eximido de rezar, de ser superticioso, e incluso de tener miedo. Pero si uno abre la puerta a la creencia en los espíritus la cosa cambia. Porque entonces uno puede legítimamente temer a los espíritus malignos y amar a los bondadosos. Caben entonces la oración, y la fe en la otra vida, y en Dios, y en los ángeles, y en las almas en pena. En cuanto uno empieza a creer en los espíritus el mundo crece en una explosión de infinitos colores y formas. La historia y el futuro se alargan en un antes y un después inabarcables, infinitos. Si no se cree en los espíritus no existe nada más que la escueta crónica de los sentidos y todo se empobrece, se acorta, se seca. No es verdad que sea más abierto el hombre inmanente que el religioso. El espiritualista tolera siempre mucho más que el materialista. La persona con espíritu tiene más paciencia, soporta mejor, cree más, respeta más, espera más y se resigna más. En cambio la mente esférica y perfecta del racionalista increyente no soporta el misterio, no tolera los milagros, ni la muerte. Los que creemos en los espíritus sabemos que las cosas invisibles existen. Por eso tenemos ESPERANZA.

F. Javier Garisoain