HIDALGUÍA

77. HIDALGUÍA

UN “hidalgo” no es un loco manchego iracundo que monta en un caballo flaco. Ser hidalgo -o “hidalguien”- es cosa seria y todos estamos de acuerdo en ello. ¿A quién le gustaría ser un “clon” “hijodenadie”?. Todavía hoy, después de todo lo que ha llovido, el mayor insulto que se nos ocurre, como en los tiempos de Cervantes, sigue siendo lo contrario de hijo de algo. Pero no tanto porque se presuma desonesto el comportamiento materno sino más bien porque a nadie le gusta o gustaría ser hijo de padre desconocido. El “hijodalgo” se siente querido por sus padres y profundamente deseado por todos sus antepasados. Es un tipo que pervive en perfecto equilibrio con el ecosistema social. El hidalgo lleva por eso con orgullo agradecido en su apellido el nombre o el mote o el oficio de un paisano medieval que se llamaba Fernando, o era Rubio, o Carpintero. El hidalgo agradecido no es egoísta. Piensa en sus hijos y en los hijos de sus hijos. Ama a todos sus descendientes sin conocerlos. Sueña, como Abraham, con largas genealogías de nietos y tataranietos. El hidalgo mira por el progreso de los suyos, incluidos los que han de venir. El hidalgo no se apunta a la moda del usar y tirar. El hidalgo es muy ecológico; admira a las cosas que duran más que él; a las que ya eran viejas cuando él nació. El hidalgo es lo contrario del hombre-hecho-a-sí-mismo de las películas americanas, sabe que todo lo ha recibido de otros. Por eso el “hidalgo” no es un nostálgico que ponga la vista en lo pasado. Es un aventurero y quiere ser “PADREDALGO”.

F. Javier Garisoain