CIUDADANOS

97. CIUDADANOS

LAS ciudades de este siglo XXI en nada se parecen a aquellas clásicas polis griegas de la antigüedad. En nada a la pequeña civitas romana. Cuando nos llaman ciudadanos no es porque confíen en nosotros, en nuestra capacidad de decisión, en nuestro voto responsable, en nuestra participación activa en las cosas de la “res publica”. Es porque no han encontrado otra palabra que defina mejor a unos individuos aislados y sometidos sin remedio al poder político. No nos llamarán -de momento- ni esclavos, ni siervos, ni súbditos. Porque les interesa que nos creamos algo. Nos llaman ciudadanos para no decir vecinos. Nos llaman ciudadanía para no hablar de familias. A quien nos llama ciudadanos no le interesa que establezcamos cauces naturales de relación con otros vecinos. No le interesa la institucionalización de la familia. No quiere lazos. No quiere redes. No quiere mercados que escapen a su control. La idea de ciudadanía que surge en París en 1789 no es la del “pater familias” de la antigua Roma. Es sólo una caricatura de aquella. Porque el antiguo romano era ciudadano entre otras muchas cosas y en cambio esta moderna ciudadanía excluye todas las demás circunstancias que son propias de las personas libres que libremente se relacionan unas con otras. El dilema no está entre el ciudadano o el pueblerino. No está entre el urbanita y el campestre. No está entre el asfalto y el barro. El dilema está entre el ciudadano perfecto que nunca se equivoca cuando vota y el vecino responsable que, puesto que es libre, a veces mete la PATA.

F. Javier Garisoain